jueves, 21 de marzo de 2013

Enseñanza de vida


Cuando George nos preguntó la clase pasada qué haría que la labor de consultoría valiera la pena, una de las respuestas que dimos Caro, Jaime y yo fue el trascender, dejar huella en alguien, un alumno o un desconocido. Lo dijimos y sin embargo,  hubo un acontecimiento la semana pasada que me lo dejó clarísimo. Se los platico...

 

Conocí a Isabel aproximadamente hace unos veinticinco años, cuando yo estaba en primaria. Ella era amiga de mi mamá y la veíamos por lo menos una vez por semana para tomar el café (yo pedía un helado pues tendría unos 7 u 8 años). Mi labor era la de acompañante permanente de mi mamá, quien jalaba conmigo a todos lados pues al ser madre soltera nadie más me podía cuidar y por lo tanto en estas tertulias yo participaba con la consigna de ver, oír y callar absolutamente todo lo que escuchara, bueno, malo, chismes, intrigas y por supuesto, cosas que a esa edad ni siquiera comprendía.

Posteriormente tuve la suerte de que fuera mi maestra de sexto de primaria, quien por cierto fue la primera en sacarme del salón por platicona (ella sí que veía el problema que se avecinaba). Por supuesto había un cariño especial, pero no por eso hubo favoritismos, siempre teniendo un oído atento y consejos para darme a mí y a mi mamá (ninguna monedita de oro era yo).

Miles de anécdotas por recordar, miles de favores y apoyos que junto con mi madrina Maida nos brindaron, (de ella también me tomaré el tiempo de escribir después, pues ha sido clave en mi vida), hasta el punto de tener una relación más cercana que la de cualquier familiar de sangre.

Isabel fue de las primeras personas que me ayudó a tener confianza en mí, Debo decir que ella además de tener la profesión de maestra (normal), tenía la carrera de enfermería, y era una de las personas más cultas que he conocido. No obstante, su sed de conocimiento no se quedó ahí pues a sus cincuenta años ingresó a la licenciatura en historia del arte, la cual concluyó satisfactoriamente después de muchas peripecias. Fue ahí donde tuve la oportunidad de tratarla más ya como mi compañera y amiga. Solíamos reunirnos en el área de humanidades para desayunar, tomar cafés interminables en donde ella me escuchaba con un oído atento, sin juzgarme y procurando entender las locuras que pasaban por mi mente. Novios, materias, encuentros y desencuentros con mi mamá, con amigas, cualquier cosa era buena para empezar con el café y seguirnos en ocasiones hasta la comida e incluso la cena. Claro que me aconsejaba, pero lo sabía hacer de tal manera que casi podría jurar que había sido mi idea o por lo menos quedaba totalmente satisfecha.

 No obstante, su lección más importante la empezó a dar hace alrededor de unos diez años. Un día nos platicó que le habían diagnosticado cáncer, que la iban a intervenir y que esperaba que extirparan todo lo maligno. No fue así. Recuerdo haber estado en el hospital con mi mamá, mi madrina, un montonal de amigas y su familia cuando fue comunicado el que no habían podido hacer nada y que lo único que quedaba era dar quimioterapia y prepararse esperando lo mejor.

Durante esos diez años ella religiosamente obedeció las indicaciones de los médicos, se sometió a incontables quimioterapias, a un estricto régimen alimenticio, visitas médicas. Durante todo ese tiempo ella continuó siendo esposa, madre, abuela, amiga… Pero lo que más aprendí es que durante todo este tiempo ella nunca perdió el ánimo, las ganas de luchar, de automotivarse, de genrar un mejor entorno para los demás. Todos esos años ella siguió estudiando, terminó su licenciatura en Historia del Arte, tomó diplomados y empezó su maestría (para la cual le faltaba muy poco por cierto).

Cuando lo pienso, en años nunca recuerdo haber escuchado de ella las palabras “no puedo”.  Siempre pensaba en alternativas, en posibilidades y no sólo se animaba ella sino que motivaba a los demás. Creo que a la larga ella me motivó mucho más a mí de lo que yo le pude echar porras a ella en el proceso tan largo y duro por el que pasaba.

Cerrando con el tema, creo que Isabel fue la mejor de las consultoras o coaches, pues su enseñanza trasciende, generó una relación a largo plazo basada en la confianza absoluta, en el descubrimiento de otras personas, en un interés genuino y en la autenticidad como ninguna.  A Isabel le agradezco eternamente no sólo sus lecciones y consejos, sino que le tengo un enorme cariño por su ejemplo de vida.

4 comentarios:

  1. Hola Liz,

    creo que tienes toda la razón cuando mencionas "su enseñanza trasciende". Creo que junto con la docencia, la profesión de un coach es una de las más nobles y la mejor de las oportunidades para trascender.

    Saludos :)

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  2. Gracias Liz por compartirnos tu historia.

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  3. Que tal Liz, me encanto tu historia...gracias x contarnosla.

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