Como
mencionaba en mi anterior publicación, el capítulo 18 me ha llenado de
reflexiones. Principalmente, como me desempeño como profesora y pretendo ser
profesora-consultora, pero también como madre de un pequeño de cinco años y como estudiante que he sido y sigo
siendo. La verdad me quedó extenso pero no cubrí ni la mitad de aspectos en los que reflexioné con el capítulo por lo que, aunque todos los siguientes aspectos están entrelazados, los separé por ámbitos de aprendizaje...
Como
mamá
Al
hablar del enfoque positivo que debe tener un profesor para desarrollar a un
alumno, lo primero que pensé fue en mi hijo. Al igual que yo lo era a su edad
(y de hecho lo sigo siendo en gran parte), se distrae fácilmente y es tímido.
Por esta razón, me han mandado a llamar muchísimas veces en la escuela
recomendándome que lo lleve a terapia. Me puse a revisar mis antecedentes y vi
que a su edad yo presentaba características muy similares. Obviamente, como
profesora, estoy consciente de que si me han hecho esta recomendación es por el
bien de Andrés, mi hijo, y las he obedecido al pie de la letra por lo que sí lo
llevo a terapia, tratamos de hacer actividades de concentración, etc.
No
obstante, al leer el capítulo 18 me quedé reflexionando sobre las posibilidades
de que la dinámica en su salón de clases fuera distinta. Si el sistema escolar
en general se apoyara en los talentos y no en las dificultades de los niños,
que por cierto, pueden llegar a “estigmatizarlos”. No lo digo sin fundamento
pues incluso una vez mi hijo me preguntó si otro amiguito que iba a la misma
terapia “también se portaba mal” (debo mencionar que son muchos de su salón que
van a una terapia u otra), por lo cual tuve que platicar con él y explicarle
que no era un castigo sino todo lo contrario, que queríamos que tuviera más
tiempo para realizar actividades, conocer otros niños y aprender más.
Como
profesora
No
estaba preparada para esto y la verdad dicha circunstancia aunque ha sido
difícil me ha ayudado para sensibilizarme como profesora también sobre lo que
comunico a mis estudiantes y cómo se los comunico. A decirle a un alumno que
posiblemente no sepa la respuesta a una pregunta pero que juntos la podemos
encontrar y que “nadie sabe todo, pero nadie sabe nada”.
¿Qué
pasaría si cada profesor intentara hacer esta reflexión y por lo tanto una
diferencia en su “área de juego”? Creo que todo el sistema cambiaría por lo que
me encantaría ponerlo en práctica, encontrar aquéllos puntos fuertes en la manera en que soy profesora-consultora
y aquéllas cosas en las que podría mejorar.
Como
alumna
Pensando
en esto, como lo recomienda George, busqué en aquéllos precedentes de éxito,
pues pueden ser la base para construir mi propio estilo. Uno de ellos se los he
mencionado en una publicación anterior y la verdad es que he corrido con suerte
pues he tenido y sigo teniendo grandes profesores de los que puedo aprender
muchísimo. Hoy me limitaré a platicarles de uno que definitivamente marcó mi
vida.
Lo
conocíamos como Mr. Ray, fue mi profesor de inglés de tercero de primaria. En la
escuela en donde estudié pasábamos la mitad del día con un profesor de español
y la otra mitad con el profesor de inglés lo cual ayudaba mucho a generar lazos
fuertes con ambos maestros. Él venía de Denver, Colorado y era un sujeto con la
amabilidad en el rostro. Recuerdo que el primer día de clases me encontraba muy
nerviosa pues era el primer año que hablaríamos todo en inglés durante esta
parte del día y “con un profesor de Estados Unidos”, implicaba un gran reto.
Adicional a esto, como lo mencioné, yo era exageradamente tímida.
La
primera mitad de la clase no abrí la boca, hubiera deseado meterme debajo de
las bancas. Posteriormente recuerdo que me empezó a formular preguntas para que
participara yo en la clase, a las cuales respondía con todo el miedo del mundo.
Hija de maestra que además trabajaba en la misma institución, obviamente el
temor a equivocarme era el doble del de cualquier alumno. Esto lo detectó de
inmediato Mr. Ray quien ocupó sus valiosas horas de descanso en receso y
después de clases para platicar conmigo, conocerme, trabajar en mi seguridad, darme
ánimos y hasta despreocuparme cuando no encontraba un libro. Su lema era el título de una canción que
cantaba Bob Marley, “Don’t worry be happy”, la cual entonaba yo creo que por lo
menos una vez a la semana, para que se nos quedara bien grabado que a los nueve
años era necesario aprender pero sobre todo ser felices. A él le gustaba llamarme
Anita pues es mi primer nombre y aunque no es mi favorito, cuando lo recuerdo
me viene una sonrisa al rostro. Al final del curso, mandó a hacer un set de
lápices con nuestros nombres grabados. Todavía los conservo pues me recuerdan a
una persona que verdaderamente se comprometió con mi desarrollo personal y
profesional.
Hay
una frase de Maya Angelou retrata lo que intento describir perfectamente: “ I've
learned that people will forget what you said, people will forget what you did,
but people will never forget how you made them feel.”
Mr.
Ray fue uno de esos profesores que se extrañan pasados muchos años. No sólo
dejó una huella en mí sino en muchos de sus alumnos. Tengo muy grabada la
imagen del final del curso en donde hubo una fila enorme de niños llorando,
abrazándolo, pidiéndole que no se regresara al estado en donde se esquía, que
se quedara aquí con el Popocatépetl y nosotros que lo queríamos tanto.
Recalling Angelou's words, I can honestly say that reading this has made me feel good.
ResponderEliminarThanks George! I'm really glad it did, you know, actually remembering and writing it made me feel the same way!
ResponderEliminarHola!
ResponderEliminarMuy interesante tu publicación, además muchas gracias por compartir tu experiencias personales, saludos!