Repensando la Universidad
Ana Lissette Segovia Philip
Me parece que a este tema en
particular llevo dándole vueltas desde hace tiempo. El que me solicitaran la
reflexión ha sido un mero pretexto para escribir lo que vengo sintiendo.
Las
instituciones educativas son para mí, una segunda casa (si no es que la
primera), en primer lugar, porque llevo treinta de mis treinta y cuatro años
estudiando. En segundo lugar, porque soy profesora en una de ellas. En tercer
lugar, porque gran parte de mi familia, mi esposo, mi madre, mis abuelos y
tíos, en algún punto de sus vidas han fungido como maestros también. Independientemente
de que la educación en México es un tema que a todos nos debería preocupar,
creo que para los que más estamos involucrados en ella, de una u otra manera,
este tema debería ser uno de reflexión continua, cotidiana, primordial.
Hace exactamente
tres días, me encontraba platicando con dos entrañables amigas con quienes
comentaba los últimos pormenores de mi vida laboral. En algún momento mencioné:
“es que sí amo mi trabajo…”. A esto,
una de ellas respondió inmediatamente: “¿te
gusta tu trabajo o te gusta enseñar (educar)? Porque no es lo mismo”. Definitivamente,
me dejó con la boca abierta. Por supuesto que ya no es lo mismo, es claro que
el rol del profesor, educador, enseñante, se ha ido desvirtuando. Es cuestión
de lógica por lo tanto, concluir que el rol de la universidad también se ha ido
desfigurando y perdiendo la esencia con la que ésta fue inicialmente concebida.
Para ser muy
honesta, creo que todos hemos perdido la noción de aquello a lo que deberíamos
enfocarnos realmente en las universidades. Líderes, administradores,
profesores, estudiantes y la sociedad en general ha perdido la perspectiva de
lo que es en verdad valioso sobre la misma, de cuál es su naturaleza, función y
relevancia. No es de sorprenderse que muchas de las notas rojas en las noticias
tengan un vínculo al sector educativo, llámese sindicatos o normalistas, si la
educación se ha vuelto un tema político, económico y administrativo muy lejano
a su concepción original.
En un afán de
sobresalir, de competir con las grandes, de innovar, hemos “comprado” la idea
de realizar grandes proyectos y someter a las universidades a certificaciones,
rankings nacionales e internacionales, que en ocasiones hacen que se pierda el
foco sobre lo más trascendente. Esto último es lo que me preocupa, el que se
pierda la trascendencia de las universidades por cumplir con metas
cortoplacistas. No he de negar que la estandarización, la evaluación y comparación
de buenas prácticas tengan muchas bondades y que éstas deben aplicarse. Sin
embargo, las mismas son herramientas al provecho de una misión. Como toda
herramienta, éstas se deben adaptar a la naturaleza del que las utiliza y de
los fines a alcanzar, siempre analizando la pertinencia y juzgando con
prudencia hasta qué punto los resultados obtenidos serán un criterio en la toma
de decisiones estratégicas.
Esta
trascendencia de la que hablo, se refiere precisamente a la formación de grandes
espíritus. Es decir, no sólo se deben formar excelentes profesionistas, sino
personas con anhelos, virtudes, capacidad de descubrir, de cambio y de mejora
social. Lamentablemente la Universidad sí se ha convertido en un lugar ajeno a esto.
Es verdad que en algunos casos sólo se encuentra gente arrogante con mentalidad
de selectos o intelectuales dedicados a la agitación social sin provecho, o, lo
más triste, simples máquinas empresariales, seguidoras de rankings e
indicadores, miopes y tendientes a la falta de identidad. El producto (porque
no se le puede llamar de otra manera): profesionistas y técnicos muy
especializados, es verdad; pero carentes de cultura, de memoria, de pertenencia
y ciudadanía, de criterio, de anhelo por saber más, de valores, de
trascendencia. Caray, ¿que se les olvida que, si bien, en las empresas se
genera riqueza, en las universidades formamos a las personas que forman esa
riqueza y que deciden cómo será el futuro de muchas generaciones?
La Universidad
debe retornar a ser uno de los pilares sociales más reconocidos, los profesores
dignificados y los estudiantes perfeccionados. Pero para esto hay que
repensarla efectivamente. El profesor debe ser un líder en el aula, reconocido
no sólo por sus conocimientos técnicos sino por sus valores y virtudes, por su
coherencia y congruencia, por lo que siembra en sus alumnos. El estudiante,
debe ser educado desde casa para reconocer esta labor y colaborar activamente
en ella de manera responsable, no consumista. Asimismo, es el rol de los
profesores, hacer conscientes de su potencial de mejora, de su capacidad y
obligación de contribución social. Ver a los estudiantes como clientes,
discúlpenme, ha sido uno de los más grandes errores de las universidades. Esto
ha sido una manifestación tangible de que las entidades educativas siguen objetivos
particulares y no el bien común. Con ello se han pasado por alto grandes faltas
que más adelante se convierten en problemas sociales.
Triste es la
Universidad sin estudiantes. Gris. Alegre, dinámica, cuando llegan los chicos y
están viviendo en ella. Sí, viviendo, pues la educación tiene que ser integral,
formativa. Bien se dice que “no hay
autonomía de los saberes, sino especificidad de cada uno”. El verdadero
estudiante deberá saber de su profesión, pero también el impacto que ésta tiene
en otras disciplinas, así como deberá pulirse en cuerpo y alma.
Los profesores
son un rol a seguir. Me parece que en ocasiones no nos percatamos de lo que “enseñamos”
a los jóvenes. Ellos adoptan no sólo (y de hecho en menor medida) lo que
decimos en clase, sino lo que hacemos, cómo lo hacemos, nuestros criterios de
decisión, nuestro comportamiento y actitudes. Si a los profesores se les ve
prestando más atención a una labor administrativa que a su actualización
profesional o a su formación como personas, lo más normal será que las personas
a su alrededor hagan lo mismo. No olvidemos que los seres humanos aprendemos por
imitación. Si de los profesores se aprende la falta de tiempo, la arrogancia,
falta de flexibilidad, la carencia de compromiso, la mala actitud e ignorancia,
no nos sorprenda que esto se revierta en la sociedad.
En cambio, si
en las universidades se respira de nuevo un aire de curiosidad, de emoción por
conocer, de respeto y reconocimiento del otro, de apertura y libertad, es muy
probable que esto permee en nuestras comunidades. Queremos que los jóvenes
participen en actividades y los profesores no lo hacemos, les metemos el inglés
hasta por las narices y nos olvidamos del español, les exigimos que practiquen
lo que les enseñamos y no les explicamos bien los conceptos, les pedimos que
lean y nosotros no nos damos el tiempo de leer y discutir una buena novela sólo
por el gusto de hacerlo, les cantamos “mente
sana en cuerpo sano” y “vive sin drogas” y nosotros no nos
cuidamos, solicitamos a sus padres que los eduquen y nosotros no regresamos a
casa a hacer lo propio con nuestros hijos. ¡Caramba! No quiero generalizar, y
seguramente habrá quienes no caigan en estas incongruencias, pero sí digo que hay
que hacer lo propio. Los líderes y administradores deben facilitar las
estructuras y modelos de trabajo que hagan esto posible, es su responsabilidad.
También debe ser nuestro compromiso ser protagonistas de la historia del
retorno a la Universidad.
Termino con
una cita de uno de los más grandes pensadores que ha tenido la humanidad,
Albert Einstein, que dice: “El
aprendizaje es experiencia. Todo lo demás es información.”. La Universidad
debe vivirse, experimentarse, ser congruente con lo que proclama y hace. Para
información ya tenemos libros, documentos, internet. Generar información no es
nuestra misión. Formar personas, educar, sí lo es. Hay que replantearse la
Universidad y hay que poner manos a la obra, hay que pensar en grande y anhelarlo
para avanzar, por romántico que parezca.
Estimada Liz, siempre es grato leerte y percibir tu amor por la educación y tu interés por que ésta sea mejor cada día, coincido contigo, la clave esta época es retomar el interés y el compromiso por la educación, por la formación de personas, es fundamental tener presente que la información, sobre todo hoy en día, se puede encontrar fácil y rápido; sin embargo el ayudar a los estudiantes a descubrirse a sí mismos y desarrollarse como personas, no es fácil y requiere de amor, paciencia y compromiso en la labor docente y es justo lo que se necesita hoy en día. Un abrazo Liz.
ResponderEliminarMuchas gracias Adri. De verdad creo que en general, si pensamos en las universidades como tú lo comentas y no como empresas, generadoras de ingresos solamente, podremos construir una sociedad mejor. Te mando otro gran abrazo de vuelta :)
EliminarAsí es Liz ¡Bonita semana! =)
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