martes, 1 de octubre de 2013

Respeto, congruencia y solidaridad

Una se encuentra de todo en la vida. De todo tipo de personas también. Llegando a cierta plaza comercial con mi mamá para que le aplicaran su quimioterapia, busqué el lugar de discapacitados, el cual normalmente utilizamos pues debemos bajarla con su silla de ruedas, oxígeno, etc. Con desagrado noté que ambos lugares destinados a este uso se encontraban ocupados por vehículos que no tienen el símbolo correspondiente. No obstante, me declaro culpable y reconozco que el vehículo de mi mamá, el cual traigo, tampoco lo tiene. Por esta razón pensé: “es posible que como tú, no hayan ido a la dependencia gubernamental correspondiente a tramitar las placas, así que ni juzgues”.  

En lo que hice mil malabares para bajar a mi madre en la rampa para la silla de ruedas noté que junto a donde me paré había una estructura naranja señalando que estaban haciendo trabajos y unos montones de tierra. Cuando mi madre estuvo en piso vi que los lugares de discapacitados se desocupaban por lo que me apresté a ocupar uno de ellos sin darme cuenta que justo al frente había un agujero enorme (justo entre la estructura naranja y los montones de tierra). Por no pegarle al vehículo que se encontraba saliendo del lugar de discapacitados, en el que por cierto no había discapacitado, caí en dicho agujero quedando atorada.
Lo interesante fue el comportamiento de algunas personas. 



El hombre dueño del vehículo por el cual caí, que no respetó un espacio para personas con capacidades diferentes, se fue sin remordimiento alguno.  Otras chicas que se encontraban tomando café justo enfrente y que vieron toda la travesía continuaron como tales, meras observadoras. En cambio, el personal de la plaza, desde una persona del área administrativa, el guardia de seguridad y algunos albañiles que se encontraban cerca, inmediatamente corrieron en mi auxilio. Entre todos me ayudaron a sacar el vehículo con todo cuidado hasta el punto de dejarlo estacionado en el lugar adecuado, así como intentaron animarme cuando yo me sentía la mujer más estúpida de todo Puebla.


Mucho aprendí en estos veinte minutos. Primero, debo cumplir con la ley si espero que los demás cumplan con ella. En esta semana iré a buscar las placas. Entendí también que quien no tiene principios ni valores, no los tendrá ni en la mejor o en la peor de las circunstancias. Estos valores no se aprenden o adquieren en virtud del dinero o posición económica. Me queda clarísimo que todavía existen caballeros y que muchos (en este caso todos) no usan traje de marca pero sí una mano solidaria y una sonrisa reconfortante. 

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