domingo, 18 de agosto de 2013

Sobre “Buyology” de Martin Lindstrom


Introducción


El comportamiento del consumidor ha sido una incógnita para las organizaciones durante muchas décadas. Incluso, nosotros mismos, al final de un fabuloso día de compras, es posible que no entendamos las razones por las que hemos adquirido ciertos bienes o solicitado determinados servicios. Es aquí en donde toma relevancia la investigación de Martin Lindstrom, quien con esta publicación nos ha ayudado a entender en mayor medida nuestra toma de decisiones con relación al consumo.

Las encuestas, estudios de tendencias, según la mayoría de estudiosos de la mercadotecnia no han sido suficientes para generar una imagen fidedigna de los consumidores. Por esta razón, Lindstrom le apuesta a la neurología con el fin de demostrar científicamente cómo se comporta nuestro organismo ante la decisión de compra. Si nosotros pensábamos que comprábamos por alguna razón o que elegíamos sin restricciones el restaurante del fin de semana, este libro viene a demostrarnos que esto no es enteramente cierto.

Habiendo sido esta obra un agradable encuentro, lo que planeo a lo largo de este ensayo es comentar de manera, espero no demasiado extensa, todos aquellos puntos que llamaron mi atención y con los que concuerdo, así como aquellos con los que tal vez no difiero pero me gustaría aportar una perspectiva desde mi trinchera. Lo anterior lo realizaré platicando de dos casos en específico, el del tabaquismo y el de la renta de autos, los cuales me ha tocado vivir de manera particularmente intensa en los últimos años y días (respectivamente). Esto permitirá abarcar por lo menos un producto y un servicio, de los cuales se podrá comentar, como mencionaba, los distintos puntos abarcados por el autor y posiblemente relacionándolo con otras fuentes que he considerado pertinente incluir.

 




Desarrollo



De tabaco y algo más…



La obra comienza por relatarnos sobre un tema que a mí me interesa en el lado profesional, pero sobre todo, personal. Se trata del tabaquismo. ¿Por qué algunas personas fuman? ¿Por qué no pueden dejarlo? ¿Qué les llama la atención de los comerciales o imagen que se genera alrededor de este hábito tan nocivo que millones de personas todavía lo consumen?

Según el último informe de la Organización Mundial de la Salud, cada año el tabaco mata aproximadamente a unos seis millones de personas y causa pérdidas económicas valoradas en más de medio billón de dólares (World Health Organization, 2013). Sin embargo, no necesito irme tan lejos. Mi familia ha consumido cigarros desde antes de que yo tuviera memoria. Prácticamente podría decir que durante varios años mi madre fue el sostén de una tabacalera cuya marca de cigarros asegura un suave efecto pero resulta ser todo lo contrario. Mis abuelos, mi tío y mi mamá todos fumaban o fuman. Cincuenta años son los que fielmente mi madre ha fumado, con un solo descanso de seis meses y pese a todas las consecuencias que esto le ha generado.

Aunque pudiera parecer sorprendente lo que halló Lindstrom en sus averiguaciones, personalmente debo decir que me hizo mucho sentido y lo he comprobado en el día a día. El hermano de mi mamá es neurocirujano, conoce perfectamente de lo que habla el autor y fuma. Pese a los cateterismos que le han tenido que realizar y al conocimiento que tiene respecto a los padecimientos que genera, él fuma. Pese a que ambos vieron morir a mi abuelo de enfisema, junto a un tanque de oxígeno, mi madre y su hermano fuman.

¿Biología, sociología o psicología? Comúnmente encontramos esta pregunta en nuestras conversaciones sobre las razones para empezar o continuar fumando. Definitivamente el efecto espejo puede aplicar para empezar a fumar aunque biológicamente no se haya determinado una necesidad de hacer esto. Sociológicamente también podemos decir que la cultura en la que nos vemos más envueltos toma un papel preponderante en el adoptar un hábito bueno o malo. Aunque México no se encuentre entre los países de mayor consumo de tabaco, la realidad es que todavía existe un gran porcentaje de personas que fuman y la cotidianidad no ayuda a mejorar estos aspectos de la calidad de vida (Pizarro, 2013).

La respuesta que obtengo cuando pregunto sobre los orígenes de esta adicción en mi madre son muy similares a las de otras personas: “en ese tiempo no se sabía que era malo” (enorme mentira, por cierto), “todos en casa fumaban”, “en la universidad fumaban”. El efecto espejo del que habla Lindstrom es perfectamente identificable. No obstante, para el mantenimiento de este consumo he identificado varias respuestas: “me siento mal”, “no quiero” (posiblemente la más honesta), “me genera ansiedad”.

Ahora bien, abordando el tema que posiblemente me sea más interesante tocar en este momento, ¿qué pasa entonces con todas las políticas públicas de las que habla el autor en contra del tabaco? Podríamos dividir en dos escenarios esta problemática, aquéllos que están en riesgo de consumir el cigarro por primera vez y caer en el vicio y aquéllos que ya tienen este hábito. Evidentemente se trata de dos públicos distintos por lo cual, si analizáramos las políticas públicas, éstas deberían de tener distintos enfoques para tratar con estos dos grupos ¿cierto?

Según informes de la American Cancer Society y de la World Lung Foundation, en México se consumen alrededor de 371 cigarrillos al año per cápita, cerca del 32% de la población fuma y más del 35% de los profesionales de la salud también tienen este hábito. Estamos hablando de una gran exposición a este vicio, los que no lo hacen, muy probablemente se verán influenciados en determinado momento a probar y  los que ya  fuman probablemente continuarán pues el ambiente en el que se encuentran lo fomenta. Otro dato interesante de este mismo informe es la cantidad de adolecentes de trece a quince años  cuyas personas cercanas fuman y es prácticamente la mitad (The Guardian, 2012).

De esta forma, si con programas y políticas públicas pensamos atacar este mercado, es posible que desde un enfoque preventivo podamos restringir a los fumadores de alguna manera. Según el informe de la OMS citado anteriormente, 2013 muestra que, independientemente de su estructura política o nivel de ingresos, cualquier país puede establecer un programa eficaz de control del tabaco para reducir el consumo del mismo y que más de 2300 millones de personas -un tercio de la población mundial- están hoy protegidas por al menos una de las medidas recomendadas por la misma organización y aplicadas en su más alto grado. Casi mil millones de personas están protegidas por dos o más medidas aplicadas con el máximo rigor (World Health Organization, 2013).

Según este reporte también, la creación de lugares públicos y lugares de trabajo sin humo sigue siendo la medida que más y en mayor grado se ha implementado. Hay 32 países que aprobaron prohibiciones completas del tabaco en todos los lugares de trabajo, lugares públicos y medios de transporte público (World Health Organization, 2013). No obstante, esto puede servir para personas que no han fumado antes pues disminuye los riesgos de que adquieran este hábito, ¿pero qué hay del resto que ya fuma?

En su estudio, Martin Lindstrom concluye que es muy difícil que este tipo de advertencias en los paquetes, las limitaciones de espacios para fumar, etc. tengan un impacto real en fumadores consumados (¿o consumidos?). De hecho, las imágenes de advertencia les hacen desear fumar más. Me imagino que en el análisis neurológico habrá sido muy evidente esta alteración pues de manera lógica uno no concluiría que la imagen de una persona con el rostro demacrado por enfisema hace deseable o antojable cualquier producto. Sin embargo, es absolutamente cierto, he visto en casa esta indiferencia ante tales advertencias. No sólo eso, sino que la advertencia en el paquete la han vivido, la han visto en su propio hogar o la han padecido.

Mi madre fue diagnosticada con cáncer hace diecinueve años, ocasión en que por primera vez le prohibieron terminantemente el cigarro y contrario a toda razón lógica, médica o sentimental (pues en ese momento tenía una hija adolescente), ella siguió fumando. Hace cuatro o cinco años, también estuvo en riesgo su vida debido a las deficiencias pulmonares que más de cuarenta años de mantener este hábito, le habían ocasionado, y siguió fumando. Hace cuatro meses fue nuevamente diagnosticada con cáncer en el pulmón fase IV, ocasionado única y efectivamente por el tabaco. Dependiente de oxígeno las 24 horas, prácticamente sin movilidad y con este padecimiento, aún no deja de fumar. ¿De verdad serán suficientes las políticas públicas de las que habla la OMS y las advertencias en los paquetes de cigarros? La respuesta es obvia.

¿Voluntad política? Puede que la haya, puede que no, pero si no hay voluntad del fumador aferrada a mecanismos eficientes para dejar el cigarro, es poco probable que se combata el problema. Más si compañías como la Philip Morris piensa lanzar un cigarro híper-concentrado como el que se describe en la obra (no lo ubiqué en el mercado, pero vale la pena mencionarlo). Ahora, si recordamos bien los logos, podría ser importante pero, lo que me queda clarísimo es que, si nosotros recordamos en su mayoría los olores y sabores, el olor a cigarro posiblemente genere un sentimiento de comodidad, relajamiento, incluso seguridad a quienes lo consumen.

¿Valdría la pena investigarlo? Por supuesto. ¿Habrá una sola respuesta? Lo dudo. ¿Nos podría ayudar a combatir este problema? Probablemente al principio, pero no deseo ser escéptica pues aunque es muy difícil que esto ocurra yo no tengo una mejor solución (sobre todo después de más de treinta años de convivir con fumadores).

Lo que sí me queda claro es que para entender a estas personas hay que escucharlas. Sus labios podrán decir una cosa, sus conexiones neuronales podrán mostrarnos otra, pero la observación integral de todo es la solución más cercana a una realidad completa. Deberemos entender por qué empezó a fumar, por qué dice que continua, por qué sus neuronas nos indican que lo sigue haciendo y en qué momentos vemos que no puede evitarlo.

 


En ruta…



Me enfocaré ahora a un servicio: la renta de automóviles para pasajeros. Dicen que las cosas pasan por algo. Por esta razón, redactaré una anécdota reciente sobre una muy mala experiencia que tuve con este servicio procurando analizar las áreas de oportunidad que se tuvieron en el proceso.

Resulta que un grupo de académicos y yo nos encontramos en la ciudad de Waterloo, Canadá, tomando un curso de actualización. Al tener el fin de semana libre, decidimos rentar un coche que nos llevara a las cataratas del Niágara, con el objetivo de compartir un tiempo juntos,  economizar en el pasaje y aprovechar al máximo el limitado tiempo para pasear. Habiéndonos puesto de acuerdo, los más valientes del grupo fueron a un local que nos recomendó un compañero que lleva viviendo algún tiempo en esta zona, e hicieron el apartado del vehículo.

La idea era salir el día viernes después de clase (medio día) para verlas con luz y pasear en las cercanías. Cinco fuimos los primeros en ponernos de acuerdo para el primer coche y luego se animaron otros cinco para acompañarnos, por lo cual representantes de cada grupo fuimos a recoger el primer vehículo y a conseguir el segundo para los restantes. Con tanta suerte que en la empresa en donde primero se había logrado apartar el vehículo ya no había más y tuvieron que ir a buscar un segundo en otra. Digo suerte porque, además de haber pagado menos, a ellos no les pasó lo que a nosotros, que estábamos en el primer grupo, con la primera agencia, nos pasó.

El punto es que a quince minutos de llegar a nuestro punto, nosotros que íbamos al frente, empezamos a ver cómo el coche reducía su velocidad paulatinamente hasta que nos tuvimos que orillar. La desaceleración fue tal que después ya no avanzó y nos quedamos dos coches parados en la carretera, con diez mexicanos angustiados y enojados. No tardó en llegar la autoridad quien nos indicó que llamáramos a nuestra grúa (¿cuál?) y que nuestros compañeros (desde este momento conocidos como “los suertudos”), debían moverse o continuar. Al no tener grúa, en absoluto dominio de su oficio, el policía llamó a la suya asegurándonos sobre el peligro que corríamos de permanecer ahí y nuestros compañeros continuaron con su viaje pues no había más que pudieran hacer al respecto.

Vimos pasar alrededor de tres grúas, ninguna para nosotros, hasta que llegó una con Mike (nuestro vocal oficial a partir de ese momento), quien nos trasladó a un lugar más seguro desde el cual nos ayudó a llamar a todos los números de la compañía. Aquí entra todo el tema del comportamiento del consumidor.

De los números que teníamos, por lo menos en tres, nos dejaron colgados varios minutos o incluso se perdía la conexión. Nos comunicaban con personas que no podían resolver el problema (siendo ahora éste el que la grúa que llamó el oficial no era de la compañía, no sabía a dónde movernos, no sabía si nosotros tendríamos que pagar por la avería o por ese servicio, etc. Al ser viernes por la tarde, parecía que todo estaba cerrado y que nadie nos atendería. Llegó un punto en que la única persona que respondió le dio indicaciones de que nos dejara sobre la carretera y que mandarían otra grúa junto con otro taxi para recogernos. Para no extenderme más, pasamos alrededor de cinco o seis horas en un café al lado de la carretera esperando a que alguien recogiera el vehículo o a nosotros, cambiamos de grúas, llegaron taxis que no tenían la capacidad para llevarnos, etc. Una calamidad sobre otra.

Finalmente, fue por nosotros un taxi y bajo la indicación de que dejáramos el vehículo para que lo recogiera otra grúa con las llaves en el tapete dentro del mismo, nos fuimos. Incluso antes vimos la grúa que pasó y se lo llevó sin la menor dubitación. A la una de la mañana nos encontrábamos caminando en el centro de la ciudad, unos siete kilómetros, hacia nuestra residencia y lo que más nos preocupaba era que al día siguiente debíamos ir a la agencia para arreglar todo el embrollo y solicitar nos devolvieran el dinero gastado de nuestros bolsillos para un vehículo que no funcionó, una grúa que nos impusieron pero que no nos aceptaron que tomáramos, muchas y largas llamadas de larga distancia, gasolina, etc.

Al día siguiente fuimos a la agencia en donde, para nuestra sorpresa, no sólo no nos regresaron el dinero gastado sino que un empleado malhumorado nos gritó y regañó diciéndonos que posiblemente el vehículo había sido robado pues en Canadá hay grúas que ven vehículos parados y se los llevan y que ahora éramos responsables del mismo a pesar de haber seguido todas las instrucciones que nos habían dado. Salimos destrozados, angustiados, frustrados y agotados. Debíamos esperar al día lunes para saber qué suerte corríamos.

Todo este relato lo escribo para analizar el segmento y necesidades que debería cubrir un negocio como éstos. ¿Qué no se supone que deberían proteger a su clientela? ¿preocuparse por ellos? ¿responderles en fines de semana? Si estamos hablando de un nicho de mercado en el que los clientes son personas que viajan continuamente, que necesitan que se proteja su seguridad, que se les garantice una atención e instrucciones claras, etc. ¿no debería de haber sido ésta otra experiencia?

Finalmente encontraron su vehículo que obviamente tenían mal rastreado y descubrieron que se trató de una falla mecánica (como si nosotros lo pudiéramos haber descompuesto en 45 minutos). Pero, ¿podríamos decir que se resolvió todo? Las palabras de ellos fueron “esto no se vuelve a repetir”. Por supuesto que no se vuelve a repetir, ninguno de nosotros cinco y del resto de nuestros quince compañeros, jamás se arriesgará a hacer negocios con esta empresa que, por cierto, así se llama en lengua anglosajona. ¿Superstición? Podría haber sido al principio, antes de enterarnos cómo funcionaba la organización en donde como consumidor uno compra y paga todos los seguros habidos y por haber para protegerse en su ruta a alguna ciudad, junta, viaje… Ahora era una realidad que por cierto le generará muy mala fama a la compañía pues no sólo se trataba de un “accidente” o de la falla mecánica, sino de lo que ellos fueron capaces de hacer al respecto, por nosotros sus clientes quienes al final del día, perdimos dinero pues no nos reembolsaron todo, perdimos confianza, estuvimos en riesgo, emocionalmente estuvimos mal unos días y perdimos tiempo (un recurso muy valioso en un viaje corto sobre todo).

Toda esta anécdota la he escrito en este ensayo pues a pesar de lo que Martin Lindstrom nos platica en su obra, sobre cómo las neuronas a veces nos pueden traicionar para consumir un producto, es muy útil. No obstante, también me parece muy útil el saber por qué dejaríamos de consumir un producto o un servicio (sobre todo éste último). Aquí es en donde entra la relación con el consumidor. ¿Hace falta conocerlo? Claro que sí, pero a veces no es necesaria la tecnología, a veces es más útil ser empáticos, escuchar, conocer el contexto en el que se encuentran y resolver sus necesidades, sobre todo las más básicas.

Es curioso, viéndolo en retrospectiva y para comentar al respecto, visité su página de internet en donde irónicamente se jactan de trabajar para ser los mejores, de tener un servicio al cliente excepcional, pero no sólo eso sino que le dan publicidad a un libro en el que se mencionan sus “secretos para el éxito” y el libro habla de la calidad y cómo exceder las expectativas de un cliente (Enterprise, 2013). Si no hubiera sido por la ayuda de otras personas y por nuestro apoyo grupal es posible que esta experiencia hubiera sido todavía más intolerable, pero está de más decir que la compañía no fue un soporte en ningún momento por lo que no importa cuántos electroencefalogramas o tomografías realizaran, es muy improbable que alguno de nosotros o de nuestros conocidos rentemos nuevamente un vehículo con ellos.



Conclusión



Existen muchos temas apasionantes en este libro los cuales merecen un estudio a profundidad. No obstante, no los abarcaré todos sino que prefiero cerrar con un pensamiento que a manera de conclusión me parece más valioso: la importancia de conocer al cliente e interesarse genuinamente por él.

Los avances tecnológicos nos ayudan cada vez más a entrar en contacto con ellos, revisar sus pensamientos hasta en la última célula. Claro está que estas investigaciones hay que seguirlas fomentando pues nos falta mucho por saber. No obstante, no hay que olvidar lo básico. ¿En qué debemos enfocarnos? En la persona, en la dignidad y necesidades prioritarias de la misma. En la regla de oro, tratar a las personas como nos gustaría ser tratado. Para conocer al cliente empecemos por escucharlo, por asumir nuestra responsabilidad y cumplir lo que prometemos, por ser congruentes.

Evidente es que también existe una corresponsabilidad, se debe educar al cliente. El fumador debe conocer los efectos del fumar y no romper las normas ni hacer daño a los demás (por lo menos). Las personas que rentan autos debemos informarnos, leer el contrato y seguir al pie de la letra las instrucciones, cumplir con nuestro compromiso. La información es la clave pero el sentido humano y el interés auténtico por ayudarnos y vivir en sociedad es lo prioritario.



 




Bibliografía





Enterprise. (2013). About us. Recuperado el 15 de julio de 2013, de http://aboutus.enterpriserentacar.ca/

Lindstrom, M. (2008). Buyology. Amazon digital.

Pizarro, V. (31 de mayo de 2013). Ranking de los 10 países más fumadores del mundo. Recuperado el 12 de julio de 2013, de Veo Verde: http://www.veoverde.com/2013/05/top-ten-de-los-paises-mas-fumadores-del-mundo/

Procuraduría Federal del Consumidor. (s.f.). Renta de automóviles. En qué fijarse antes de decidirse. Consumidor.

The Guardian. (23 de marzo de 2012). The tobacco atlas of the world. Recuperado el 12 de julio de 2013, de Mexico: http://www.guardian.co.uk/news/datablog/interactive/2012/mar/23/cigarettes-tobacco-industry-by-country?fb=native

World Health Organization. (2013). Informe OMS sobre la epidemia mundial de tabaquismo, 2013. Recuperado el 15 de julio de 2013, de World Health Organization: http://www.who.int/tobacco/global_report/2013/summary/en/index.html